«No se nace mujer: se llega a serlo. Ningún destino biológico, psíquico, económico, define la imagen que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; el conjunto de la civilización elabora este producto intermedio entre el macho y el castrado que se suele calificar de femenino [...] Hasta los doce años, la niña es tan robusta como sus hermanos y manifiesta la misma capacidad intelectual; no hay ningún campo en el que no pueda rivalizar con ellos. Si bien antes de la pubertad, incluso desde la primera infancia, se nos presenta ya como sexualmente diferenciada, no es porque misteriosos instintos la condenen inmediatamente a la pasividad, a la coquetería, a la maternidad: la intervención del otro en la vida del niño es casi originaria y desde sus primeros años se le insufla imperiosamente su vocación».
Beauvoir, Simone de (1949/1968). El segundo sexo, Madrid: Ediciones Cátedra, pp. 371-172.