Tipus d'obres

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Gèneres

Literatura > Narrativa > Novel·la

Moviments socio-culturals

Edat contemporània > Moviments literaris i culturals des de finals del s. XIX > Literatura de postguerra > Literatura social

Obra

A instancia de parte

Data de producció: 1954

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Moviments socio-culturals

Edat contemporània > Moviments literaris i culturals des de finals del s. XIX > Literatura de postguerra > Literatura social

Obres

Se muestra a continuación una selección de fragmentos


Capítulo XIX

 

Aurelia había dejado la casa sin explicarse la reacción de Julián que caminaba delante, a grandes zancadas. Le siguió inconsciente, sin saber por qué gritaba y admitió la posibilidad, cuando uno de los hombres que le precedían se volvió para advertirle.

- ¡Calle! ¡No arme escándalo!

Por tanto, había gritado.

Continuó detrás de su marido, ciega de lágrimas, intentando darle alcance.

Bajó las escaleras, cruzó patinillos y alcanzó el zaguán rodeada de puertas abiertas, de miradas curiosas, de miradas hostiles.

En la calle, esperaba una berlina. Alguien le invitó a subir. 

- Entre deprisa- aconsejó.

- ¿Y Julián?

- Va en otro coche.

Mientras avanzaba hacia su destino, intentaba explicarse lo sucedido. Julián le había pedido llevar un paquete a Maldonado y esperarle en el cuarto. No era la primera vez que se ocupaba de traer a la pareja cosas necesarias. Por eso no vaciló.

Había entrado en el dormitorio, le había sorprendido la cama deshecha y había aguardado la llegada de su marido. Después, todo se volvió confuso.

Los guijarros del pavimento zarandeaban la berlina. Sus muelles se quejaban.

- ¿Dónde me llevan?

Al instante se arrepintió de la pregunta. Alargó una mano con la intención de abrir la puerta. Era preciso que el coche se detuviera y ella pudiera salir.

Tiró del pomo, el hombre que la acompañaba detuvo su gesto.

- No haga tonterías.

- Debo volver a casa. Quiero bajar.

- Ya hemos llegado.

El coche se había detenido ante la puerta de un gran edificio, abierta de par en par.

- ¿Dónde estoy?

- Su marido le espera.

Una religiosa, de paso delicado, avanzaba a su encuentro. 

- ¡Vamos hija! No hay que tener miedo. En la calle no puede quedarse.

Los hombres permanecían al acecho.

Aurelia dudó. Finalmente se dispuso a seguir a la monja. La recibió un patio desabrido.

- Ayúdeme madre. No entiendo lo que pasa.

La otra sonrió, blandamente.

- Le ayudaremos. A todas les sucede lo mismo. Pecan y luego se arrepienten de lo hecho. 

La gran puerta se había cerrado. Las cerraduras, bien engrasadas, no chirriaron al correr los pasillos.

- ¿Pecar?

- Si hija. Pero no desespere. La misericordia de Dios es grande.

- No he pecado. Sé muy bien lo que hice. Me levanté temprano, ayudé a Gregorio y Julián. Gregorio es mi hijo. Luego almorzamos. Más tarde mi marido me pidió que llevase un paquete a casa de un amigo suyo, Ignacio Maldonado.

- Así que, ¿su marido se lo pidió? En ese caso todo se arreglará, Parece que no tiene familia y en alguna parte debe pasar la noche.

- ¿Pasar la noche? Si no está Julián me marcharé.

Se volvió. Tropezó con la puerta cerrada.

La religiosa no dejaba de mirarla sorprendida de su desconcierto, de su aparente sinceridad.

- Quédese. Está cansada.

- Lo estoy. No me explico lo que sucede.

- Mañana lo verá

- Ah claro. Siempre sucede igual.

- ¿Siempre?

- Tengo experiencia. Nunca se piensa que el Final llegará y cuando se produce les coge desprevenidas.

La religiosa había presenciado muchas “entradas”, creía conocer el corazón humano.

Se volvió hacia la galería. Llamó.

- ¡Fuensanta!

Aurelia no se dio por vencida.

- Déjeme ir. He de hablar con mi marido.

- La esposa obedecerá al esposo, ya lo sabe, y es voluntad suya que pase la noche con nosotros-. Hablaba con sosiego, no exento de cordialidad-. Si se porta bien y no pierde la calma, todo se arreglará.

 

Apareció Fuensanta, una mujer, hermosa, un punto marchita.

- Acompáñela al dormitorio. Se trata de un ingreso. 

En el cuarto Aurelia preguntó.

- ¿Por qué no me dejan salir? Debo hablar con Julián, tiene que explicarme lo que sucede.

- Estamos encerradas. ¿No te das cuenta? -había algo muerto en su voz.

El alarido de Aurelia, azotó los patios.

- Con gritos no arreglas nada. Mejor que intentes dormir, estar descansada para lo que te espera. 

- y ¿qué es lo que me espera?

Fuensanta sonrió, con su sonrisa amarga.

- Estás despistada. Te cogen y te depositan. Se depositan cosas, dinero, mujeres. Mujeres también -su sonrisa se apagó

- ¿Depositar?

Fuensanta tomó el vaso sobre la cómoda y lo trasladó a la mesa.

- Depositadas como objetos. El poso de su amargura había subido hasta su belleza enturbiándola.

- No hice ningún daño. Juro que no hice nada malo. Déjame salir.

- Todas decimos lo mismo. Y en realidad ¿qué otra cosa podemos? La ley es una trampa. Dispuesta para que caigamos en ella las mujeres.

Aurelia escuchaba a Fuensanta casi fascinada. La otra siguió con su acento muerto.

-Los hombres pueden hacer esto y lo otro, y mucho más si les apetece. A nosotras nos están prohibidos todos los caminos. ¿Eres casada?

-Sí

- Y siéndolo, te atreviste. Y además lo habrás hecho mal.

- ¿De qué hablas?

-No finjas. No te servirá. -Fuensanta pareció revivir-. Sé muy bien lo que has hecho. Has estado sola en la habitación de un hombre. ¡Contesta! ¿Has estado sola en la habitación de un hombre?

Aurelia afirmó.

-Lo suponía. Es el laberinto de siempre, la misma trampa. Hay una salida, pero no la conocemos -suspiró-.  A mí, también me cazaron.

-Yo…

- Tú, ¿qué? Conozco la escena. Se preparan las piezas, se une, y una vez unidas no hay escape posible, te han cazado. ¿Lo entiende ahora?

Enturbiados los recuerdos, sus ojos apenas distinguían a la nueva.

-¿Había una cama en el cuarto? -aguardó-. Te pregunto si había una cama en el cuarto.

La otra volvió a asentir.

- ¿Una cama deshecha? ¿Con el hueco del cuerpo?

-Sí

-Estaba segura -su voz tenía acento de imperceptible triunfo-. Y además unas copas y una botella de vino. ¿Había todo eso?

Los ojos de la mestiza decían más que las palabras.

Fuensanta resumió, casi alegre.

- ¡Claro que había de todo eso! Siempre sucede igual.

- Yo… -volvió a insistir.

- ¿Eres tonta? ¿O, te divierte jugar a tonta? -demandó, irritada-. Escucha. No se puede ir sola a la habitación de un hombre, no se puede ir al cuarto de un hombre donde haya una cama deshecha. Basta para perderlo todo.

El corazón de Aurelia había comenzado a latir, agonizante. Cada latido traía un dolor nuevo.

- Sé lo que vas a decirme, que los hombres hacen cosas peores y que tú estabas enamorada. El amor de una mujer no cuenta, cualquier amor puede perdernos. Se nos caza con facilidad, no como a ellos que, aunque nieguen a sus hijos hasta el pan, no puedes perseguirlos. Para perdernos a nosotras, basta un cuarto, una cama, una botella.

Aurelia había dejado de llorar, hechizada por las palabras de Fuensanta que parecía asumida en una especie de letargo.

- Créeme, yo no hice nada.

- ¿No hicistes? – la miró, con desprecio-. Yo sí -sus prendas groseras, color de ceniza, se irguieron con ella-. Mi marido me engañaba, mis hijos carecían de lo necesario. Intenté traerle al buen camino y cuando fracasé quise castigarlo. Has de saber que a un hombre no se le castiga con facilidad. Los hombres están protegidos por leyes que ellos mismos se han dado -guardó una pausa ligera-. Apareció el otro, me ayudó y le quise.

Tú conoces el ánimo de una mujer que se siente despreciada y lo que experimenta y siente cuando la tratan con ternura.

Debes saberlo, todas sabemos un poco de esas cosas -fue a sentarse junto Aurelia-. Un día me cazaron.

Hacía mucho que no hablaba de esto con nadie. Ahora, ya no cruzan la puerta mujeres como nosotras. Ahora, son más cautas, o tienen menos sangre en las venas, o temen que les quiten a los hijos.

- ¿Los hijos? -la voz de Aurelia era un desgarro, sus ojos dos pozos de miedo-. ¿Has dicho quitarle los hijos?

Fuensanta acarició sus manos.

- No grites, no he querido decir eso. No te quitarán a tu hijo. Mañana lo aclararás.

- Julián no permitirá que me quiten a Gregorio.

- ¿Quién es Julián?

- Mi marido.

- Tu marido, ¡Claro que no lo permitirá!

- Mañana me sacará de aquí.

- Por supuesto.

-Todo ha sido un mal entendido.

- Eso. Un mal entendido. Desnúdate, mejor que te eches un rato.

- Obedeció.

Fuensanta lo hizo en la cama vecina. Había una lámpara de aceite ante un santo de escayola.

- No me quitarán a Gregorio.

- No te lo quitarán.

- Julián no consentirá tal cosa.

- Desde luego.

- Yo no hice nada malo.

- Tú no hiciste nada malo.

Necesitaba confirmar, en voz ajena, su propio y ardiente deseo.

- Dime, ¿Cuánto tiempo llevas encerrada?

- Doce años.  

Formica, Mercedes (1991). A instancia de parte. Ediciones Castalia: Madrid, pp. 197-203

Informació de l'obra i context de creació

A instancia de parte es una novela en la que refleja distintos tipos de violencia contra las mujeres, en especial, el desigual trato dado en las leyes al adulterio, ya que solo se penaba en el caso femenino.

Concretamente, el 7 de noviembre de 1953 cuando, tras tres meses retenido por la censura, divulga en ABC el artículo “El domicilio conyugal”, en el que describe la historia dramática de Antonia Pernia Obrador, que agonizaba en un hospital madrileño tras haber sido apuñalada por su marido. La mujer se veía impedida para solicitar la separación, puesto que lo perdía todo: hijos, casa y bienes. La prensa extranjera se hizo eco de la valentía de Mercedes Formica que pedía la igualdad en el matrimonio. 

Este artículo tuvo sus consecuencias, ya que el 24 de abril de 1958 se procede a la reforma de 66 artículos del Código Civil que afectó a otros cuerpos legales, conocida como la “reformica”. Entre otras medidas, se suprimió el referido “depósito” y, en consecuencia, la “casa del marido” pasó a denominarse el “domicilio conyugal”. A partir de entonces, los jueces tuvieron capacidad para determinar, en caso de ruptura matrimonial, cuál de los dos cónyuges quedaba en el domicilio y que no siempre fuese la mujer la que lo abandonase. También se comenzó a pensar en el bienestar de la descendencia dependiente de sus progenitores.

A nivel personal, a la escritora le marcó el divorcio de los padres en octubre de 1933, en el que la madre se vio seriamente perjudicada. Entre otras cosas, tuvo que abandonar Sevilla con sus hijas y trasladarse a Madrid, debido al precepto del “depósito de la mujer casada”, que mantuvo de textos antiguos la Ley de Divorcio de 1932 y que consistía en que la esposa en tal circunstancia debía permanecer “depositada” en casa ajena o en un convento, con autorización marital, por considerarse el domicilio conyugal la “casa del marido”, hasta que el proceso finalizase. El único hijo varón que tuvo el matrimonio, de apenas seis años, fue enviado a un internado en Gibraltar. Este hijo, por decisión paterna, permaneció siempre alejado de su madre y hermanas.

La trayectoria narrativa de Mercedes Formica se vincula a las de otras autoras de la primera generación de posguerra o incluso del grupo del Mediosiglo, entre las que destacan Eulalia Galvarriato, Concha Castroviejo, Carmen Kurtz, Dolores Medio, Mercedes Ballesteros, Mercedes Salisachs, Elena Soriano, Elena Quiroga, Carmen Laforet, Ana María Matute o Carmen Martín Gaite. Como autora de novela romántica, que corresponde a su etapa literaria inicial, se relaciona con firmas destacadas del género como las de Carmen de Icaza, las hermanas Concha y Luisa María Linares-Becerra y Corín Tellado.

Indicacions

Se usa en la materia de Lengua y Literatura Castellana. 
Podría usarse en la materia de Historia, en la etapa del Franquismo.

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