Tipos de obras

Texto

Géneros

Literatura

Literatura > Poesía

Literatura > Poesía > Lírica

Movimientos socio-culturales

Edad Contemporánea

Edad Contemporánea > Movimientos literarios y culturales desde finales del s. XIX

Edad Contemporánea > Movimientos literarios y culturales desde finales del s. XIX > Literatura de posguerra

Obra

Antología poética

Fecha de producción: 1984

Tipos de obras

Texto

Géneros

Literatura

Literatura > Poesía

Literatura > Poesía > Lírica

Movimientos socio-culturales

Edad Contemporánea

Edad Contemporánea > Movimientos literarios y culturales desde finales del s. XIX

Edad Contemporánea > Movimientos literarios y culturales desde finales del s. XIX > Literatura de posguerra

Obras

OBRA: La antología está realizada a partir de Obras Completas de Ángela Figuera Aymerich (2009). Madrid: Hyperion

MUJER DE BARRO

(1948)

MUJER DE BARRO

Mujer de barro soy, mujer de barro:

pero el amor me floreció el regazo.

 

 

REVELACIÓN DEL ÉXTASIS

Amor puso sus manos –pasmo y fuego–

sobre nosotros. Hemos encontrado

nuestro divino centro

para girar, eternos, vivos, astros…

No, no existe la muerte. Somos vida.

 

MORIR

No me da miedo la muerte,

pero ¡amo tanto la vida!...

 

¿Por qué ha de ser podredumbre

esta alegre carne mía

bruñida al sol y a los vientos,

ebria de ardores y risas,

limpia en las frías corrientes;

que ha sabido de caricias,

que ha florecido en un hijo,

que goza cuando respira?...

No, no es por miedo a la muerte,

que es por amor a la vida.

 

DURAR

Yo pasaré y apenas habré sido

–frágil destino de mi pobre arcilla–.

 

Hijo, cuando yo no exista,

tú serás mi carne, viva.

Verso, cuando yo no hable,

tú, mi palabra inextinta.

 

SORIA PURA

(1949)

MEDIODÍA

Es para mí. Se hizo para mí.

El sol y yo.

El sol y yo, como el primer día.

Eva y el sol.

 

ÁLAMO

Sobre tu liso tronco, bien ceñida

al círculo gentil de tu cintura,

álamo, me estaré. Deja que pegue

mi carne sin raíces a tu cuerpo

quieto y callado, vivo sin latido.

Toma para tus venas de este zumo

caliente y agitado de mi sangre.

Que corra en ti, que baje a tu raigambre

recia y profunda... En otra primavera,

yo brotaré en tus hojas. Por el viento

habrá un temblor de mí cuando te muevas.

 

NUBE

Un sueño de miel untaba

mis ojos casi cerrados

con un trocito de cielo

brillándome entre los párpados…

 

Llegó la nube: ligera,

hecha de contornos cándidos

y redondeces rosadas.

Con ademán impensado,

tendí mi brazo a la nube

y la toqué con la mano.

 

MÍOS LOS DOS

Desnudos junto al agua. Bien tallados

en oscura madera. Firmes, rectos.

Míos los dos: mi fruto y mi semilla.

Yo, en medio.

 

            VENCIDA POR EL ÁNGEL

(1950)

 

EGOÍSMO

Contra el sucio oleaje de las cosas

yo apretaba la puerta. Mis dos manos,

resueltas, obstinadas, indomables,

la mantenían firme desde dentro.

 

Fuera, el naufragio; fuera, el caos; fuera

ese pavor, abierto como un pozo,

de las bocas que gritan

al hambre, al ruido, al odio, a la mentira,

al dolor, al misterio.

 Fuera, el rastro acosado de los hombres

sin alas y sin piernas, que se arrastran,

que giran a los vientos,

que caen, que se disuelven

en muerte sorda, oscura,

derrumbándose

sin asunción posible.

 

Fuera, las madres dóciles que alumbran

con terrible alarido;

las que acarrean hijos como fardos

y las que ven secarse ante sus ojos

la carne que parieron y renuevan

su grito primitivo.

 

Fuera, los niños pálidos, creados

al latigazo rojo del instinto,

y que la vida, bruta, dejó solos

como una mala perra su camada,

y abren los anchos ojos asombrados

sobre las rutas áridas,

mordiendo con sus bocas sin dulzura

los largos días duros.

 

Fuera, la ruina de los viejos tristes

que un cuervo desmenuza fibra a fibra

en dolorida hilacha, preparando

la dispersión desnuda de los huesos.

 Fuera, el escalofrío que sacude

el espinazo enfermo de la tierra

con ráfagas de hastío y de fracaso.

 

Fuera, el rostro de Dios, oscurecido

por infinitas alas desprendidas

de arcángeles sin hiel, asesinados.

 

Yo, dentro. Yo: insensible, acorazada

en risa, en sangre, en goce, en poderío.

Maciza, erguida; manteniendo firme,

contra el alud del llanto y de la angustia,

mi puerta bien cerrada.

 

VENCIDA POR EL ÁNGEL

YO cerraba los ojos; yo apretaba los puños;

yo blindaba mi pecho con metales helados;

yo sorbía a raudales la alegría y el fuego

para escapar, bravía, al acoso del Ángel.

 

El Ángel era suave, silencioso y terrible.

Llevaba una ancha copa de licores amargos,

y en su pálida frente se leía imborrable

la palabra tremenda.

 

He luchado con él. He luchado: he reído

sobre todas las flores de los mayos ingenuos;

cabalgando las nubes; fabricándome estrellas;

derramando canciones.

 

Me he apoyado en mis huesos; me he afirmado en mi sangre

He caído en la sima de los besos sin límite.

He crujido en el trance de los duros abrazos.

He gritado el triunfo de mi carne aumentada

en la carne del hijo.

 

Me he proclamado limpia contra el asco y la ruina.

Me he declarado libre contra el tedio y la duda.

Me he creído excluida, separada, intocable.

 

Pero el Ángel llegaba. A pesar de mis puños,

de mis ojos cerrados, de mis labios tenaces,

con su vuelo impasible, con su copa colmada,

me ha tocado; me ha roto la coraza soberbia;

me ha deshecho los muros; me ha cortado la huida.

 

Sin espada, sin ruido, me ha vencido. En la entraña

me ha dejado clavada la raíz de la angustia

y ya siento en mi alma el dolor de los mundos.

 

EL GRITO INÚTIL

1952

EL GRITO INÚTIL

¿Qué vale una mujer? ¿Para qué sirve

una mujer viviendo en puro grito?

 

¿Qué puede una mujer en la riada

donde naufragan tantos superhombres

y van desmoronándose las frentes

alzadas como diques orgullosos

cuando las aguas discurrían lentas?

 

¿Qué puedo yo con estos pies de arcilla

rondando las provincias del pecado,

trepando por las dunas, resbalándome

por todos los problemas sin remedio?

 

¿Qué puedo yo, menesterosa, incrédula,

con solo esta canción, esta porfía

limando y escociéndome la boca?

 

¿Qué puedo yo perdida en el silencio

de Dios, desconectada de los hombres,

preñada ya tan solo de mi muerte,

en una espera lánguida y difícil,

edificando, terca, mis poemas

con argamasa de salitre y llanto?

 

Volvedme a aquel descuido, a aquel sosiego

en que era dable andar por los caminos

pastoreando ensueños como ovejas.

Volvedme al ruiseñor de aquel boscaje,

al vuelo de aquel cisne por el lago

bajo la planta azul de aquella luna.

 

Volvedme a la andadura mesurada

al trópico dulcísimo y sedante

de un verso con timón y cortesía

donde cantar cómo los bucles de oro

son cómplices del pájaro y la rosa,

porque eso, al fin, a nada compromete

y siempre suena bien y hace bonito.

 

Pero es vano, amigos, nos cortaron

la retirada hacia seguras bases.

 

Están rotos los puentes,

los caminos confusos,

los túneles cegados. No sabemos

de cierto si avanzamos o si huimos

dejando por detrás tierra quemada.

 

Y yo pregunto, vadeando a solas

un río de aguas turbias y crueles,

¿qué puede una mujer, para qué sirve

una mujer gritando entre los muertos?

 

MUJERES DEL MERCADO

Son de cal y salmuera. Viejas ya desde siempre.

Armadura oxidada con relleno de escombros.

Tienen duros los ojos como fría cellisca.

Los cabellos marchitos como hierba pisada.

Y un vinagre maligno les recorre las venas.

Van temprano a la compra. Huronean los puestos.

Casi escarban. Eligen los tomates chafados.

Las naranjas mohosas. Maceradas verduras

que ya huelen a estiércol. Compran sangre cocida

en cilindros oscuros como quesos de lodo

y esos bofes que muestran, sonrosados y túmidos,

una obscena apariencia.

 

Al pagar, un suspiro les separa los labios

explorando morosas en el vientre mugriento

de un enorme y raído monedero sin asas

con un miedo feroz a topar de improviso

en su fondo la última cochambrosa moneda.

 

Siempre llevan un hijo todo greñas y mocos,

que les cuelga y arrastra de la falda pringosa

chupeteando una monda de manzana o de plátano.

Lo manejan a gritos, a empellones. Se alejan

maltratando el esparto de la sucia alpargata.

 

Van a un patio con moscas. Con chiquillos y perros.

Con vecinas que riñen. A un fogón pestilente.

A un barreño de ropa por lavar. A un marido

con olor a aguardiente y a sudor y a colilla.

Que mastica en silencio. Que blasfema y escupe.

 

Que tal vez por la noche, en la fétida alcoba,

sin caricias ni halagos, con brutal impaciencia

de animal instintivo, les castigue la entraña

con el peso agobiante de otro mísero fruto.

Otro largo cansancio.

 

Oh, no. Yo no pretendo pedir explicaciones.

Pero hay cielos tan puros. Existe la belleza.

 

POBRE

No sé cómo ha ocurrido. Está todo tan malo,

como suele decirse. Me he quedado muy pobre.

 

No tengo ni un jilguero ni una estatua.

No tengo ni una piedra para tirarla al mar.

No tengo ni una nube que me llueva por dentro.

Ni un cuchillo de plomo para cortar la rabia.

 

No tengo ni una mata de tomillo

para tender el pañuelo.

 

(Verdad es que tampoco tengo pañuelo,

se nota cuando lloro y mis lágrimas corren como ríos de lágrimas)

 

No tengo ni una tira de tafetán rosado

para tapar las grietas del corazón. No tengo

ni un pedazo de beso que llevarme a la boca.

Ni un poquito de sueño que llevarme a los ojos.

Ni un retazo de dios que me cubra las carnes.

Me he quedado tan pobre

Que no tengo siquiera donde caerme viva.

 

ÉXODO

Una mujer corría.

Jadeaba y corría.

Tropezaba y corría.

Con un miedo macizo debajo de las cejas

y un niño entre los brazos.

 

Corría por la tierra que olía a recién muerto.

Corría por el aire con sabor a trilita.

Corría por los hombres erizados de encono.

 

Miraba a todos lados.

Quería detenerse.

Sentarse en un ribazo y con su hijo menudo.

Sentarse en un ribazo y amamantar en paz.

 

Pero no hallaba sitio.

No encontraba reposo.

No lograba la pausa sosegada y segura

que las madres precisan.

Ese viento apacible que jamás se interpone

entre el pecho y el labio.

 

Buscaba cerca y lejos.

Buscaba por las calles,

por los jardines y bajo los tejados,

en los atrios de las iglesias,

por los caminos desnudos y carreteras arboladas.

Buscaba un rincón sin espantos,

un lugar aseado para colocar una cuna.

 

Y corría y corría.

Dio la vuelta a la tierra.

Buscando.

Huyendo.

Y no encontraba sitio.

Y seguía corriendo.

 

Y el niño sollozaba débilmente.

Crecía débilmente

colgado de su carne fatigada.

 

LOS DÍAS DUROS

1953

LOS DÍAS DUROS

No. Ya no puedo estar, como solía,

oculta en matorral de madreselvas,

de musgo delicado, de jazmines

que perfumaban la ilusión precisa

de mi vivir aparte, preservada.

 

No puedo deslizarme por el fácil

canal de los ensueños sin escollo

con los alegres ojos enfocados

a un horizonte matizado en rosa.

 

Bien lo sabéis cómo era yo de tierna.

Cómo canté mi arcilla y mis claveles.

 

Cómo broté la luz y la sonrisa.

Cómo me di a la lluvia y a los vientos

y al fuego del varón y a la tarea

de concebir y de alumbrar con grito.

 

Siempre extasiada en descuidado gozo

como una niña al borde del sendero.

 

Hoy ya no puedo. He de salir. Alzarme

sobre mi dócil barro femenino.

 

Gritar hacia las cosas que me gritan

con labios erizados, con garganta

hostil y azuzadora.

 

Los días duros, agrios, se levantan

como árida montaña. Hay que treparlos

en puro afán, dejando bien ceñida

a su áspero contorno, viva, roja,

la hiedra de la sangre derramada.

 

Hay que vivir a pulso los minutos

sin rémora, sin miedo, cabalgando

en la delgada arista del presente.

 

Ya no es escudo el hijo entre los brazos.

Ya no es sagrado el seno desbordante

de generoso jugo, ni nos sirven

los rizos de blasón, ni nos protege

la condecoración de la sonrisa.

Está la miel, pero la miel no basta.

Ni el espejuelo sabio de los ojos.

Ni el círculo encantado que trazaron

siglos atrás en torno a la belleza.

 

Hoy nuestra vida, violenta, astuta,

avanza con estruendo de motores

de cientos, de millares de caballos

armados de pezuñas aceradas

bajo las cuales se hacen imposibles

frágiles vidrios y delgada hierba.

 

Inútil es la huida y el gemido.

 

Hay que luchar, rugir, sincronizarse

con el compás terrible de los hechos.

 

Crujir, arder, vibrar, abrir los ojos

con osadía firme y suficiente.

 

Temblar la fibra más sensible y mansa

de nuestros nervios y forjarlas en hojas

de inquebrantable filo.

 

Hay que afianzar rotundos rompeolas

en este mar de trombas y huracanes.

 

A la embestida seca de los machos

que olvidan la pulida reverencia,

la rosa, el madrigal y aquellos besos

en el extremo de la mano esquiva,

hay que oponer lo recio femenino.

El sexo puro, leal, íntegro, casto

a fuerza de arrancar viejas guirnaldas

de trapo con olor de hipocresía.

 

Ya no podemos acunar la débil

carne del hijo en un regazo tibio

de raso y plumas: hay que sostenerla

con fuertes manos, apoyarla adrede

en el inquieto suelo, preparando

con firme decisión su andar futuro.

 

Los días duros se abren a mi quilla.

He de marchar por ellos renovada.

 

No mataré mi risa ni mis sueños.

No dejaré mis besos olvidados.

No perderé mi amor entre las ruinas.

Pero no puedo desmayarme blanda.

 

 

 

DESTINO

Vaso me hiciste, hermético alfarero,

y diste a mi oquedad las dimensiones

que sirven a la alquimia de la carne.

Vaso me hiciste, recipiente vivo

para la forma un día diseñada

por el secreto ritmo de tus manos.

 

“Hágase en mí”, repuse. Y te bendije

con labios obedientes al destino.

 

¿Por qué, después, me robas y defraudas?

 

Libre el varón camina por los días.

Sus recias piernas nunca soportaron

esa tremenda gravidez del fruto.

 

Liso y escueto entre ágiles caderas

su vientre no conoce pesadumbre.

 

Solo un instante, furia y goce, olvida

por mí su altiva soledad de macho;

libérase a sí mismo y me encadena

al ritmo y servidumbre de la especie.

 

Cuán hondamente exprimo, laborando

con células y fibras, con mis órganos

más íntimos, vitales dulcedumbres

de mi profundo ser, día tras día.

 

Hácese el hijo en mí. ¿Y han de llamarle

hijo del Hombre cuando, fieramente,

con decisiva urgencia me desgarra

para moverse vivo entre las cosas?

Mío es el hijo en mí y en él me aumento.

Su corazón prosigue mi latido.

Saben a mí sus lágrimas primeras.

su risa es aprendida de mis labios.

y esa humedad caliente que lo envuelve

es la temperatura de mi entraña.

 

¿Por qué, Señor, me lo arrebatas luego?

¿Por qué me crece ajeno, desprendido,

como amputado miembro, como rama

desconectada del nutricio tronco?

 

En vano mi ternura lo persigue

queriéndolo ablandar, disminuyéndolo.

Alto se yergue. Duro se condensa.

Su frente sobrepasa mi estatura,

y ese pulido azul de sus pupilas

que en un rincón de mí cuajó su brillo

me mira desde lejos, olvidando.

 

Apenas sí las yemas de mis dedos

aciertan a seguir por sus mejillas

aquella suave curva que, al beberme,

formaba con la curva de mis senos

dulcísima tangencia.

 

VÍSPERAS DE LA VIDA

1953

DESARMADA

¿Qué golpe de ola, qué batir de viento,

qué nube de tormenta o parto oscuro

me colocó en la orilla, tan desnuda?

 

Tiemblo en mis huesos frágiles; me veo

las manos como vainas sin cuchillo,

los labios como lirios desmayados,

la frente desolada, el pecho abierto,

los pies descalzos y los ojos turbios

de sueños y de lágrimas inútiles.

 

Yo quiero espinas, quiero garras, quiero

algún veneno amargo y corrosivo;

alas abiertas, dardos aguzados

o veloces pezuñas.

Quiero raíces hondas, ramas altas,

cauce y muralla, brújula y refugio.

 

Quiero saber, poder, llegar, quedarme,

quiero sentirme cierta, suficiente,

llena, completa, inapresable, mía…

 

Y soy una mujer. Apenas algo.

Carne desnuda, sola, desarmada.

 

LA SANGRE

Yo me siento la sangre. ¿No la sentís vosotros?

Sangre de la mujer, cáliz abierto.

 

Yo me siento la sangre. Ella me nutre.

Me llena, me dibuja, me sostiene.

 

Callada sinfonía de mis pulsos.

Verso rimado en rojo por mis venas.

Vuelo encerrado en íntimas volutas.

Río escondido de infinitas ramas

fertilizando mi sensible barro.

 

Yo la siento correr. Flujo y reflujo

bate las hondas playas de mi pecho,

sube por mi garganta estremecida,

moja mis labios con sabor espeso

de miel caliente. Grita

y enciende la codicia de mis ojos.

 

Mi sangre, zumo denso circulando

por todos mis poemas. Limpia savia

irguiéndose en la regia primavera

del hijo conseguido.

 

Amo mi sangre. Cuando yo me muera

no la dejéis cuajarse como hielo

hecho con agua sucia.

No la dejéis secarse en polvo oscuro.

Descomponerse en jugos malolientes.

Cuando yo muera, abridme, desatadme

las frágiles esclusas de las venas.

Verted mi sangre toda. Derramadla—.

Absórbala la tierra como suya

y el agua deslizante de algún río

unte con ella el lomo de sus peces.

 

 

BELLEZA CRUEL

1958

BELLEZA CRUEL

Dadme un espeso corazón de barro,

dadme unos ojos de diamante enjuto,

boca de amianto, congeladas venas,

duras espaldas que acaricie el aire.

Quiero dormir a gusto cada noche.

Quiero cantar a estilo de jilguero.

Quiero vivir y amar sin que me pese

ese saber y oír y darme cuenta;

este mirar a diario de hito en hito

todo el revés atroz de la medalla.

Quiero reír al sol sin que me asombre

que este existir de balde sobreviva,

con tanta muerte suelta por las calles.

 

Quiero cruzar alegre entre la gente

sin que me cause miedo la mirada

de los que labran tierra golpe a golpe,

de los que roen tiempo palmo a palmo,

de los que llenan pozos gota a gota.

 Porque es lo cierto que me da vergüenza,

que se me para el pulso y la sonrisa

cuando contemplo el rostro y el vestido

de tantos hombres con el miedo al hombro,

de tantos hombres con el hambre a cuestas,

de tantas frentes con la piel quemada

por la escondida rabia de la sangre.

 

Porque es lo cierto que me asusta verme

las manos limpias persiguiendo a tontas

mis mariposas de papel o versos.

Porque es lo cierto que empecé cantando

para poner a salvo mis juguetes,

pero ahora estoy aquí mordiendo el polvo,

y me confieso y pido a los que pasan

que me perdonen pronto tantas cosas.

 

Que me perdonen esta miel tan dulce

sobre los labios, y el silencio noble

de mis almohadas, y mi Dios tan fácil

y este llorar con arte y preceptiva

penas de quita y pon prefabricadas.

 

Que me perdonen todos este lujo,

este tremendo lujo de ir hallando

tanta belleza en tierra, mar y cielo,

tanta belleza devorada a solas,

tanta belleza cruel, tanta belleza.

 

MIEDO

También yo tendría miedo de los ángeles.

Son demasiado puros para mí.

Ernst Wiechert

Señor, guarda tus ángeles contigo.

Son demasiado puros para mí. Me dan miedo.

No pesan. No vacilan. Tienen cuerpos sin hambre,

sin fiebre, sin lujuria. Pies que no dejan huella.

Labios sin sed que saben tu palabra.

Sus ojos que no lloran son atroces.

En sus cándidas manos

llevan cálices, palmas, incensarios, coronas,

pavorosas espadas con el filo candente.

 

Me dan miedo tus ángeles. Los pienso luminosos.

Terribles de pureza. Crueles de hermosura.

Impávidos, ungidos por suavísima sangre.

Sus alas sobre todo, sus alas, ¿te das cuenta,

Señor que me soldaste los pies a esta montaña,

de cómo me dan miedo sus alas poderosas?

Y Tú, que me humillaste la frente con ceniza,

¿no ves cómo me espantan sus frentes inmortales?

 

Te alabo por tus ángeles, Señor, pero los temo.

Consérvalos contigo. Son tus pájaros, cantan

en tu oído el hosanna de la dicha perfecta.

Te rodean y giran decorando tu gloria.

Movilizan la brisa que perfuma tu trono.

Pero Tú solo puedes contemplarlos sin miedo.

Sólo Tú disciplinas sus magníficas huestes.

 

Me dan miedo tus ángeles. Si yo encontrara alguno.

Si un día, al despertarme,

lo viera intacto y fúlgido a los pies de mi cama,

yo carne castigada, llorosa podredumbre,

pecado repetido hacia la muerte,

tendría que clavarme las uñas en los ojos.

 

HOMBRE NACIENTE

Pido la paz y la palabra

Blas de Otero

 

Prepárame una cuna de madera inocente

y pon bandera blanca sobre su cabecera.

 

Voy a nacer. Y, desde ti, mi madre,

pido la paz y pido la palabra.

 

Pido una tierra sin metralla, enjuta

de llanto y sangre, limpia de cenizas,

libre de escombros. Saneada tierra

para sembrar a pulso la simiente

que tengo entre mis dedos apretada.

 

Pido la paz y la palabra. Pido

un aire sosegado, un cielo dulce,

un mar alegre, un mapa sin fronteras,

una argamasa de sudor caliente

sobre las cicatrices y fisuras.

Pido la paz y pido a mis hermanos

los hijos de mujer por todo el mundo

que escuchen esta voz y se apresuren.

Que se levanten al rayar el día

y vayan al más próximo abroquelo.

Laven allí sus manos y su boca,

se quiten los gusanos de las uñas,

saquen su corazón que le dé el aire,

expurguen sus cabellos de serpientes

y apaguen la codicia de sus ojos.

 

Después, que vengan a nacer conmigo.

Haremos entre todos cuenta nueva.

Quiero vivir. Lo exijo por derecho.

Pido la paz y entrego la esperanza.

 

TOCO LA TIERRA

1962

 

EN LA TIERRA ESCRIBO

Si, por amar la tierra, pierdo el cielo,

si no logro completa mi estatura

ni pongo el corazón a más altura

por no perder contacto con el suelo;

 

si no dejo a mis alas tomar vuelo

para escalar mi pozo de amargura

y olvido el resplandor de la hermosura

para vestir el luto de mi duelo,

 

es porque soy de tierra: en tierra escribo

y al hombre-tierra canto, que, cautivo

de su vivir-morir, se pudre y quema.

 

Mi reino es de este mundo. Mi poesía

toca la tierra y tierra será un día.

No importa. Cada loco con su tema.

 

TOCO LA TIERRA

Toco la tierra. Toco

la tierra: palpo, siento

su centro visceral; busco el origen,

el núcleo; la raíz de la cadena.

 

Toco la tierra. Miro: cuerpos, rostros,

frentes de piedra, corazones

como carbones encendidos.

Manos abiertas como rayos;

puños cerrados como balas;

curvas espaldas de labriegos;

torsos batidos como yunques;

brazos de roble incorruptibles;

piernas de acero verticales

apisonando los guijarros.

 

Toco la tierra. Ahondo: descubro los cabellos

de los adolescentes y las tiernas muchachas

que crecen a escondidas moviendo las arenas.

 

Toco la tierra: dientes

de niño, pies de niño,

ojos de niño desgranados.

 

Toco la tierra: vientres

robados de las madres que yacen entreabiertos

como vacías conchas.

 

Toco la tierra. Escucho: son labios, son gargantas,

son lenguas; oigo voces,

palabras, besos, gritos, antiguas contraseñas.

 

Toco la tierra. Espero con voluntad paciente,

el brote incontenible de lo que está escondido.

El lento levantarse

de la segura, auténtica cosecha.

 

NO QUIERO

No quiero

que los besos se paguen

ni la sangre se venda

ni se compre la brisa

ni se alquile el aliento.

 

No quiero

que el trigo se queme y el pan se escatime.

 

No quiero

que haya frío en las casas,

que haya miedo en las calles,

que haya rabia en los ojos.

 

No quiero

que en los labios se encierren mentiras,

que en las arcas se encierren millones,

que en la cárcel se encierre a los buenos.

 

No quiero

que el labriego trabaje sin agua,

que el marino navegue sin brújula,

que en la fábrica no haya azucenas,

que en la mina no vean la aurora,

que en la escuela no ría el maestro.

 

No quiero

que las madres no tengan perfumes,

que las mozas no tengan amores,

que los padres no tengan tabaco,

que a los niños les pongan los Reyes

camisetas de punto y cuadernos.

 

No quiero

que la tierra se parta en porciones,

que en el mar se establezcan dominios,

que en el aire se agiten banderas

que en los trajes se pongan señales.

 

No quiero

que mi hijo desfile,

que los hijos de madre desfilen

con fusil y con muerte en el hombro;

que jamás se disparen fusiles,

que jamás se fabriquen fusiles.

 

No quiero

que me manden Fulano y Mengano,

que me fisgue el vecino de enfrente,

que me pongan carteles y sellos

que decreten lo que es poesía.

 

No quiero amar en secreto,

llorar en secreto,

cantar en secreto.

 

No quiero

que me tapen la boca

cuando digo NO QUIERO...

 

CREO EN EL HOMBRE

Porque nací y parí con sangre y llanto;

porque de sangre y llanto soy y somos,

porque entre sangre y llanto canto y canta,

creo en el hombre.

 

Porque camina erguido por la tierra

llevando un cielo cruel sobre la frente

y el plomo del pecado en las rodillas,

creo en el hombre.

 

Porque ara y siembra sin comer el fruto

y forja el hierro con el hambre al lado

y bebe un vino que el sudor fermenta,

creo en el hombre.

 

Porque se ríe a diario entre los lobos

y abre ventanas para ver los pinos

y cruza el fuego y pisa los glaciares,

creo en el hombre.

 

Porque se arroja al agua más profunda

para extraer un náufrago, una perla,

un sueño, una verdad, un pez dorado,

creo en el hombre.

 

Porque sus manos torpes y mortales

saben acariciar una mejilla,

tocar el violín, mover la pluma,

coger un pajarillo sin que muera,

creo en el hombre.

 

Porque apoyó sus alas en el viento,

porque estampó en la luna su mensaje

porque gobierna el número y el átomo,

creo en el hombre.

 

Porque conserva un cajón secreto,

una ramita, un rizo, una peonza

y un corazón de dulce sus letras,

creo en el hombre.

 

Porque se acuesta y duerme bajo el rayo

y ama y engendra al borde de la muerte

y alza a su hijo sobre los escombros

y cada noche espera que amanezca,

creo en el hombre.

 

ANTOLOGÍA TOTAL

1973

 

ÁNGELA NUEVA

A mi sobrina Ángela, reciénnacida.

Para esta sola gota, cuánto río

de sangre circuló en antiguas venas.

Para un nuevo eslabón, cuantas cadenas

forjadas en el fuego y en el frío.

 

Para tu primavera cuánto estío

segó las mieses y quemó las penas.

Qué largo transcurrir de aguas y arena

porque tu nombre continuara el mío.

 

Mi nombre —tan celeste— y lastrado

con siete oscuros plomos de pecado

rompió y perdió sus alas, suerte a suerte.

 

Tómalo tú, que vienes con la aurora,

Ángela nueva, y vuela, porque ahora,

ya vale más tu vida que mi muerte.

 

 

A CARMEN CONDE, “MUJER SIN EDÉN”

Tú, Carmen Conde, sabes qué sepultados ojos

acechan horizontes del misterio celeste.

Tú sabes cómo el plomo pesa sobre la nube

y qué sucia cortina de telarañas cierra

las trémulas gargantas en profético trance.

Tú sabes que, a despecho de los lúcidos raptos,

setenta veces siete puertas sin cerradura

custodian el recinto de la Verdad. Y cantas.

 

Porque tú, desterrada del Jardín, sacudida

por la lluvia y el cierzo, calcinada por soles

implacables, doblada por antiguos cansancios,

con tus dos pies desnudos sobre piedras hostiles,

con tus manos ligadas por remotos decretos,

tenazmente deslindas tus caminos y buscas

aquel rayo sin sombra que brilló en el principio.

 

(Oh nostalgia del limpio Paraíso, del Hombre

recién hecho que hallaste respirando a tu lado

cuando flores y bestias se te daban sumisas.

Y tus hijos, tus únicos, tus auténticos hijos,

Caín y Abel doliéndote como dos llagas tórpidas

en la férvida carne.)

 

Tú, mujer en exilio, sumergida en mareas

seculares y amargas, no renuncias. Inquieres.

Tú, vencida, disuelta, resurrecta, juzgada,

clamas alto con grito de agudísimo vuelo

por tu amor, tu pecado, tu ignorancia y tu sino.

 

Porque Eva no sabía. La Serpiente sabía.

Dios sabía y callaba consintiendo. La fuerza

del Varón no detuvo ni cortó aquella mano.

Y la culpa fue nuestra. Nuestra culpa. Eso dicen.

 

 LAS MADRES

Con esa carga dulce y tremenda del hijo

colgando de sus hombros o apretado en los brazos,

caminan, cruzan ríos, pantanos, espesuras.

Huyendo. Huyendo siempre sin saber hacia dónde.

Las vemos en refugios subterráneos,

en la profunda entraña de la selva,

por caminos desiertos

o en una casa en ruinas sin puerta ni tejado

cociendo un puñadito de arroz o dando el pecho.

Pero abrazando siempre, protegiendo incansables

el informe envoltorio donde asoma y reluce

como una perla oscura la carita del hijo.

 

Las vemos solas, mudas, con sus ojos abiertos,

opacos de dolor, interrogantes,

como esperando —¿qué?— dentro del caos.

 

Pero sus rostros tienen

un raro resplandor, cierta belleza

de signo sobrehumano donde late

una indomable voluntad de vida.

 

 

CUENTOS TONTOS PARA NIÑOS LISTOS

1979

EL PIRATA PIRATÓN

Camino de Valencia con Ana en coche.

En todo el mundo, no creo

que hubo un pirata más feo.

Le faltaban media oreja,

siete dientes y una ceja.

Estaba tuerto de un ojo;

el otro se le torcía,

y era tan cojo, tan cojo,

y era tan malo, tan malo,

que tenía... —¿Qué tenía?

¡Las cuatro patas de palo!

 

EL PULPO ENAMORADO

CUENTO TONTO Y SOSO DE LA MAR SALADA.

 

Allá en el fondo del mar

hay un pulpo enamorado

de una sirenita rubia;

pero ella no le hace caso.

 

Él la mira y la remira;

Ella pasa sin mirarlo.

Ella se marcha riendo;

él se queda suspirando:

—¡Ay, madre, si me quisiera,

cuántos brazos, cuántos brazos

para estrecharla y mecerla!...

(Pero ella no le hace caso).

Cuántas ávidas ventosas

para besarla despacio,

para decirle «¡te quiero!».

(pero ella no le hace caso).

 

Ella, por el mar azul,

coquetea retozando.

Cada vez está más linda

y es su pelo más dorado.

Él, a fuerza de llorar,

cada vez más feo y lacio.

(La mar salada y azul

es ahora un mar amargo).

Deja de llorar y deja

que se vaya por su lado

esa coquetuela tonta

que te tiene tan chiflado,

conquista a una pulpa guapa

—que las habrá por tu barrio—

y ten una colección

de pulpitos bien criados.

 

CANCIONES PARA TODO EL AÑO

1984

EL SOL

El sol es una gran naranja.

—Y ¿quién la exprime?

—Los labios de la aurora

cuando sonríe.

 

El sol es un fresón maduro.

—Y ¿quién lo come?

—Lo comen las montañas

y el horizonte.

 

El sol es un balón de fuego.

—Y ¿quién lo juega?

—Las nubes y los rayos

de la tormenta.

 

El sol es un gran ojo abierto.

—Y ¿a quién vigila?

—A todos los niños que juegan

por las esquinas.

 

El sol es una inmensa llama.

—Y ¿a quién calienta?

—A todo lo que vive

sobre la tierra.

 

EL LEÓN PRESUMIDO

Algo extraño sucede

desde que ha amanecido

—contra toda costumbre—

don León Presumido

estremece la selva

con tremendos rugidos…

¿Qué será?

            Que esa noche

se celebra una fiesta

de gran rumbo y boato

—hay que ir de etiqueta—

y, por más que ha buscado,

no hay allí quién se atreva

a peinarle a su gusto

la soberbia melena.

 

Figuera Aymerich,  Ángela (2009). Obras Completas. Madrid: Ed. Hiperión.

 

Información de la obra y contexto de creación

Ángela Figuera Aymerich se sitúa en la tradición de la literatura de posguerra, en la que se enmarcan otras compañeras, como Gloria Fuertes —destacada poeta dentro de la poesía social—, María Beneyto, Carmen Conde, Julia Uceda o María Victoria Atencia. Su poesía está impregnada de denuncia social y pertenece a ese grupo de poetas que vivieron un exilio interior al permanecer en su tierra y sufrir las represalias por haberse significado en contra del régimen franquista. Desarrolló su etapa de poesía social junto a escritores como Gabriel Celaya, Gabriel Oresti y Blas de Otero. 

Participó en la tertulia literaria “Versos con faldas”, creada en Madrid en 1951 por Gloria Fuertes, Adelaida Las Santas y María Dolores de Pablos. Su objetivo era crear un espacio propio en el que poder compartir sus inquietudes literarias.

Indicaciones

Puede utilizarse en las materias de Lengua Castellana y Literatura. 

Documentos