OBRA: La antología está realizada a partir de Obras Completas de Ángela Figuera Aymerich (2009). Madrid: Hyperion
MUJER DE BARRO
(1948)
MUJER DE BARRO
Mujer de barro soy, mujer de barro:
pero el amor me floreció el regazo.
REVELACIÓN DEL ÉXTASIS
Amor puso sus manos –pasmo y fuego–
sobre nosotros. Hemos encontrado
nuestro divino centro
para girar, eternos, vivos, astros…
No, no existe la muerte. Somos vida.
MORIR
No me da miedo la muerte,
pero ¡amo tanto la vida!...
¿Por qué ha de ser podredumbre
esta alegre carne mía
bruñida al sol y a los vientos,
ebria de ardores y risas,
limpia en las frías corrientes;
que ha sabido de caricias,
que ha florecido en un hijo,
que goza cuando respira?...
No, no es por miedo a la muerte,
que es por amor a la vida.
DURAR
Yo pasaré y apenas habré sido
–frágil destino de mi pobre arcilla–.
Hijo, cuando yo no exista,
tú serás mi carne, viva.
Verso, cuando yo no hable,
tú, mi palabra inextinta.
SORIA PURA
(1949)
MEDIODÍA
Es para mí. Se hizo para mí.
El sol y yo.
El sol y yo, como el primer día.
Eva y el sol.
ÁLAMO
Sobre tu liso tronco, bien ceñida
al círculo gentil de tu cintura,
álamo, me estaré. Deja que pegue
mi carne sin raíces a tu cuerpo
quieto y callado, vivo sin latido.
Toma para tus venas de este zumo
caliente y agitado de mi sangre.
Que corra en ti, que baje a tu raigambre
recia y profunda... En otra primavera,
yo brotaré en tus hojas. Por el viento
habrá un temblor de mí cuando te muevas.
NUBE
Un sueño de miel untaba
mis ojos casi cerrados
con un trocito de cielo
brillándome entre los párpados…
Llegó la nube: ligera,
hecha de contornos cándidos
y redondeces rosadas.
Con ademán impensado,
tendí mi brazo a la nube
y la toqué con la mano.
MÍOS LOS DOS
Desnudos junto al agua. Bien tallados
en oscura madera. Firmes, rectos.
Míos los dos: mi fruto y mi semilla.
Yo, en medio.
VENCIDA POR EL ÁNGEL
(1950)
EGOÍSMO
Contra el sucio oleaje de las cosas
yo apretaba la puerta. Mis dos manos,
resueltas, obstinadas, indomables,
la mantenían firme desde dentro.
Fuera, el naufragio; fuera, el caos; fuera
ese pavor, abierto como un pozo,
de las bocas que gritan
al hambre, al ruido, al odio, a la mentira,
al dolor, al misterio.
Fuera, el rastro acosado de los hombres
sin alas y sin piernas, que se arrastran,
que giran a los vientos,
que caen, que se disuelven
en muerte sorda, oscura,
derrumbándose
sin asunción posible.
Fuera, las madres dóciles que alumbran
con terrible alarido;
las que acarrean hijos como fardos
y las que ven secarse ante sus ojos
la carne que parieron y renuevan
su grito primitivo.
Fuera, los niños pálidos, creados
al latigazo rojo del instinto,
y que la vida, bruta, dejó solos
como una mala perra su camada,
y abren los anchos ojos asombrados
sobre las rutas áridas,
mordiendo con sus bocas sin dulzura
los largos días duros.
Fuera, la ruina de los viejos tristes
que un cuervo desmenuza fibra a fibra
en dolorida hilacha, preparando
la dispersión desnuda de los huesos.
Fuera, el escalofrío que sacude
el espinazo enfermo de la tierra
con ráfagas de hastío y de fracaso.
Fuera, el rostro de Dios, oscurecido
por infinitas alas desprendidas
de arcángeles sin hiel, asesinados.
Yo, dentro. Yo: insensible, acorazada
en risa, en sangre, en goce, en poderío.
Maciza, erguida; manteniendo firme,
contra el alud del llanto y de la angustia,
mi puerta bien cerrada.
VENCIDA POR EL ÁNGEL
YO cerraba los ojos; yo apretaba los puños;
yo blindaba mi pecho con metales helados;
yo sorbía a raudales la alegría y el fuego
para escapar, bravía, al acoso del Ángel.
El Ángel era suave, silencioso y terrible.
Llevaba una ancha copa de licores amargos,
y en su pálida frente se leía imborrable
la palabra tremenda.
He luchado con él. He luchado: he reído
sobre todas las flores de los mayos ingenuos;
cabalgando las nubes; fabricándome estrellas;
derramando canciones.
Me he apoyado en mis huesos; me he afirmado en mi sangre
He caído en la sima de los besos sin límite.
He crujido en el trance de los duros abrazos.
He gritado el triunfo de mi carne aumentada
en la carne del hijo.
Me he proclamado limpia contra el asco y la ruina.
Me he declarado libre contra el tedio y la duda.
Me he creído excluida, separada, intocable.
Pero el Ángel llegaba. A pesar de mis puños,
de mis ojos cerrados, de mis labios tenaces,
con su vuelo impasible, con su copa colmada,
me ha tocado; me ha roto la coraza soberbia;
me ha deshecho los muros; me ha cortado la huida.
Sin espada, sin ruido, me ha vencido. En la entraña
me ha dejado clavada la raíz de la angustia
y ya siento en mi alma el dolor de los mundos.
EL GRITO INÚTIL
1952
EL GRITO INÚTIL
¿Qué vale una mujer? ¿Para qué sirve
una mujer viviendo en puro grito?
¿Qué puede una mujer en la riada
donde naufragan tantos superhombres
y van desmoronándose las frentes
alzadas como diques orgullosos
cuando las aguas discurrían lentas?
¿Qué puedo yo con estos pies de arcilla
rondando las provincias del pecado,
trepando por las dunas, resbalándome
por todos los problemas sin remedio?
¿Qué puedo yo, menesterosa, incrédula,
con solo esta canción, esta porfía
limando y escociéndome la boca?
¿Qué puedo yo perdida en el silencio
de Dios, desconectada de los hombres,
preñada ya tan solo de mi muerte,
en una espera lánguida y difícil,
edificando, terca, mis poemas
con argamasa de salitre y llanto?
Volvedme a aquel descuido, a aquel sosiego
en que era dable andar por los caminos
pastoreando ensueños como ovejas.
Volvedme al ruiseñor de aquel boscaje,
al vuelo de aquel cisne por el lago
bajo la planta azul de aquella luna.
Volvedme a la andadura mesurada
al trópico dulcísimo y sedante
de un verso con timón y cortesía
donde cantar cómo los bucles de oro
son cómplices del pájaro y la rosa,
porque eso, al fin, a nada compromete
y siempre suena bien y hace bonito.
Pero es vano, amigos, nos cortaron
la retirada hacia seguras bases.
Están rotos los puentes,
los caminos confusos,
los túneles cegados. No sabemos
de cierto si avanzamos o si huimos
dejando por detrás tierra quemada.
Y yo pregunto, vadeando a solas
un río de aguas turbias y crueles,
¿qué puede una mujer, para qué sirve
una mujer gritando entre los muertos?
MUJERES DEL MERCADO
Son de cal y salmuera. Viejas ya desde siempre.
Armadura oxidada con relleno de escombros.
Tienen duros los ojos como fría cellisca.
Los cabellos marchitos como hierba pisada.
Y un vinagre maligno les recorre las venas.
Van temprano a la compra. Huronean los puestos.
Casi escarban. Eligen los tomates chafados.
Las naranjas mohosas. Maceradas verduras
que ya huelen a estiércol. Compran sangre cocida
en cilindros oscuros como quesos de lodo
y esos bofes que muestran, sonrosados y túmidos,
una obscena apariencia.
Al pagar, un suspiro les separa los labios
explorando morosas en el vientre mugriento
de un enorme y raído monedero sin asas
con un miedo feroz a topar de improviso
en su fondo la última cochambrosa moneda.
Siempre llevan un hijo todo greñas y mocos,
que les cuelga y arrastra de la falda pringosa
chupeteando una monda de manzana o de plátano.
Lo manejan a gritos, a empellones. Se alejan
maltratando el esparto de la sucia alpargata.
Van a un patio con moscas. Con chiquillos y perros.
Con vecinas que riñen. A un fogón pestilente.
A un barreño de ropa por lavar. A un marido
con olor a aguardiente y a sudor y a colilla.
Que mastica en silencio. Que blasfema y escupe.
Que tal vez por la noche, en la fétida alcoba,
sin caricias ni halagos, con brutal impaciencia
de animal instintivo, les castigue la entraña
con el peso agobiante de otro mísero fruto.
Otro largo cansancio.
Oh, no. Yo no pretendo pedir explicaciones.
Pero hay cielos tan puros. Existe la belleza.
POBRE
No sé cómo ha ocurrido. Está todo tan malo,
como suele decirse. Me he quedado muy pobre.
No tengo ni un jilguero ni una estatua.
No tengo ni una piedra para tirarla al mar.
No tengo ni una nube que me llueva por dentro.
Ni un cuchillo de plomo para cortar la rabia.
No tengo ni una mata de tomillo
para tender el pañuelo.
(Verdad es que tampoco tengo pañuelo,
se nota cuando lloro y mis lágrimas corren como ríos de lágrimas)
No tengo ni una tira de tafetán rosado
para tapar las grietas del corazón. No tengo
ni un pedazo de beso que llevarme a la boca.
Ni un poquito de sueño que llevarme a los ojos.
Ni un retazo de dios que me cubra las carnes.
Me he quedado tan pobre
Que no tengo siquiera donde caerme viva.
ÉXODO
Una mujer corría.
Jadeaba y corría.
Tropezaba y corría.
Con un miedo macizo debajo de las cejas
y un niño entre los brazos.
Corría por la tierra que olía a recién muerto.
Corría por el aire con sabor a trilita.
Corría por los hombres erizados de encono.
Miraba a todos lados.
Quería detenerse.
Sentarse en un ribazo y con su hijo menudo.
Sentarse en un ribazo y amamantar en paz.
Pero no hallaba sitio.
No encontraba reposo.
No lograba la pausa sosegada y segura
que las madres precisan.
Ese viento apacible que jamás se interpone
entre el pecho y el labio.
Buscaba cerca y lejos.
Buscaba por las calles,
por los jardines y bajo los tejados,
en los atrios de las iglesias,
por los caminos desnudos y carreteras arboladas.
Buscaba un rincón sin espantos,
un lugar aseado para colocar una cuna.
Y corría y corría.
Dio la vuelta a la tierra.
Buscando.
Huyendo.
Y no encontraba sitio.
Y seguía corriendo.
Y el niño sollozaba débilmente.
Crecía débilmente
colgado de su carne fatigada.
LOS DÍAS DUROS
1953
LOS DÍAS DUROS
No. Ya no puedo estar, como solía,
oculta en matorral de madreselvas,
de musgo delicado, de jazmines
que perfumaban la ilusión precisa
de mi vivir aparte, preservada.
No puedo deslizarme por el fácil
canal de los ensueños sin escollo
con los alegres ojos enfocados
a un horizonte matizado en rosa.
Bien lo sabéis cómo era yo de tierna.
Cómo canté mi arcilla y mis claveles.
Cómo broté la luz y la sonrisa.
Cómo me di a la lluvia y a los vientos
y al fuego del varón y a la tarea
de concebir y de alumbrar con grito.
Siempre extasiada en descuidado gozo
como una niña al borde del sendero.
Hoy ya no puedo. He de salir. Alzarme
sobre mi dócil barro femenino.
Gritar hacia las cosas que me gritan
con labios erizados, con garganta
hostil y azuzadora.
Los días duros, agrios, se levantan
como árida montaña. Hay que treparlos
en puro afán, dejando bien ceñida
a su áspero contorno, viva, roja,
la hiedra de la sangre derramada.
Hay que vivir a pulso los minutos
sin rémora, sin miedo, cabalgando
en la delgada arista del presente.
Ya no es escudo el hijo entre los brazos.
Ya no es sagrado el seno desbordante
de generoso jugo, ni nos sirven
los rizos de blasón, ni nos protege
la condecoración de la sonrisa.
Está la miel, pero la miel no basta.
Ni el espejuelo sabio de los ojos.
Ni el círculo encantado que trazaron
siglos atrás en torno a la belleza.
Hoy nuestra vida, violenta, astuta,
avanza con estruendo de motores
de cientos, de millares de caballos
armados de pezuñas aceradas
bajo las cuales se hacen imposibles
frágiles vidrios y delgada hierba.
Inútil es la huida y el gemido.
Hay que luchar, rugir, sincronizarse
con el compás terrible de los hechos.
Crujir, arder, vibrar, abrir los ojos
con osadía firme y suficiente.
Temblar la fibra más sensible y mansa
de nuestros nervios y forjarlas en hojas
de inquebrantable filo.
Hay que afianzar rotundos rompeolas
en este mar de trombas y huracanes.
A la embestida seca de los machos
que olvidan la pulida reverencia,
la rosa, el madrigal y aquellos besos
en el extremo de la mano esquiva,
hay que oponer lo recio femenino.
El sexo puro, leal, íntegro, casto
a fuerza de arrancar viejas guirnaldas
de trapo con olor de hipocresía.
Ya no podemos acunar la débil
carne del hijo en un regazo tibio
de raso y plumas: hay que sostenerla
con fuertes manos, apoyarla adrede
en el inquieto suelo, preparando
con firme decisión su andar futuro.
Los días duros se abren a mi quilla.
He de marchar por ellos renovada.
No mataré mi risa ni mis sueños.
No dejaré mis besos olvidados.
No perderé mi amor entre las ruinas.
Pero no puedo desmayarme blanda.
DESTINO
Vaso me hiciste, hermético alfarero,
y diste a mi oquedad las dimensiones
que sirven a la alquimia de la carne.
Vaso me hiciste, recipiente vivo
para la forma un día diseñada
por el secreto ritmo de tus manos.
“Hágase en mí”, repuse. Y te bendije
con labios obedientes al destino.
¿Por qué, después, me robas y defraudas?
Libre el varón camina por los días.
Sus recias piernas nunca soportaron
esa tremenda gravidez del fruto.
Liso y escueto entre ágiles caderas
su vientre no conoce pesadumbre.
Solo un instante, furia y goce, olvida
por mí su altiva soledad de macho;
libérase a sí mismo y me encadena
al ritmo y servidumbre de la especie.
Cuán hondamente exprimo, laborando
con células y fibras, con mis órganos
más íntimos, vitales dulcedumbres
de mi profundo ser, día tras día.
Hácese el hijo en mí. ¿Y han de llamarle
hijo del Hombre cuando, fieramente,
con decisiva urgencia me desgarra
para moverse vivo entre las cosas?
Mío es el hijo en mí y en él me aumento.
Su corazón prosigue mi latido.
Saben a mí sus lágrimas primeras.
su risa es aprendida de mis labios.
y esa humedad caliente que lo envuelve
es la temperatura de mi entraña.
¿Por qué, Señor, me lo arrebatas luego?
¿Por qué me crece ajeno, desprendido,
como amputado miembro, como rama
desconectada del nutricio tronco?
En vano mi ternura lo persigue
queriéndolo ablandar, disminuyéndolo.
Alto se yergue. Duro se condensa.
Su frente sobrepasa mi estatura,
y ese pulido azul de sus pupilas
que en un rincón de mí cuajó su brillo
me mira desde lejos, olvidando.
Apenas sí las yemas de mis dedos
aciertan a seguir por sus mejillas
aquella suave curva que, al beberme,
formaba con la curva de mis senos
dulcísima tangencia.
VÍSPERAS DE LA VIDA
1953
DESARMADA
¿Qué golpe de ola, qué batir de viento,
qué nube de tormenta o parto oscuro
me colocó en la orilla, tan desnuda?
Tiemblo en mis huesos frágiles; me veo
las manos como vainas sin cuchillo,
los labios como lirios desmayados,
la frente desolada, el pecho abierto,
los pies descalzos y los ojos turbios
de sueños y de lágrimas inútiles.
Yo quiero espinas, quiero garras, quiero
algún veneno amargo y corrosivo;
alas abiertas, dardos aguzados
o veloces pezuñas.
Quiero raíces hondas, ramas altas,
cauce y muralla, brújula y refugio.
Quiero saber, poder, llegar, quedarme,
quiero sentirme cierta, suficiente,
llena, completa, inapresable, mía…
Y soy una mujer. Apenas algo.
Carne desnuda, sola, desarmada.
LA SANGRE
Yo me siento la sangre. ¿No la sentís vosotros?
Sangre de la mujer, cáliz abierto.
Yo me siento la sangre. Ella me nutre.
Me llena, me dibuja, me sostiene.
Callada sinfonía de mis pulsos.
Verso rimado en rojo por mis venas.
Vuelo encerrado en íntimas volutas.
Río escondido de infinitas ramas
fertilizando mi sensible barro.
Yo la siento correr. Flujo y reflujo
bate las hondas playas de mi pecho,
sube por mi garganta estremecida,
moja mis labios con sabor espeso
de miel caliente. Grita
y enciende la codicia de mis ojos.
Mi sangre, zumo denso circulando
por todos mis poemas. Limpia savia
irguiéndose en la regia primavera
del hijo conseguido.
Amo mi sangre. Cuando yo me muera
no la dejéis cuajarse como hielo
hecho con agua sucia.
No la dejéis secarse en polvo oscuro.
Descomponerse en jugos malolientes.
Cuando yo muera, abridme, desatadme
las frágiles esclusas de las venas.
Verted mi sangre toda. Derramadla—.
Absórbala la tierra como suya
y el agua deslizante de algún río
unte con ella el lomo de sus peces.
BELLEZA CRUEL
1958
BELLEZA CRUEL
Dadme un espeso corazón de barro,
dadme unos ojos de diamante enjuto,
boca de amianto, congeladas venas,
duras espaldas que acaricie el aire.
Quiero dormir a gusto cada noche.
Quiero cantar a estilo de jilguero.
Quiero vivir y amar sin que me pese
ese saber y oír y darme cuenta;
este mirar a diario de hito en hito
todo el revés atroz de la medalla.
Quiero reír al sol sin que me asombre
que este existir de balde sobreviva,
con tanta muerte suelta por las calles.
Quiero cruzar alegre entre la gente
sin que me cause miedo la mirada
de los que labran tierra golpe a golpe,
de los que roen tiempo palmo a palmo,
de los que llenan pozos gota a gota.
Porque es lo cierto que me da vergüenza,
que se me para el pulso y la sonrisa
cuando contemplo el rostro y el vestido
de tantos hombres con el miedo al hombro,
de tantos hombres con el hambre a cuestas,
de tantas frentes con la piel quemada
por la escondida rabia de la sangre.
Porque es lo cierto que me asusta verme
las manos limpias persiguiendo a tontas
mis mariposas de papel o versos.
Porque es lo cierto que empecé cantando
para poner a salvo mis juguetes,
pero ahora estoy aquí mordiendo el polvo,
y me confieso y pido a los que pasan
que me perdonen pronto tantas cosas.
Que me perdonen esta miel tan dulce
sobre los labios, y el silencio noble
de mis almohadas, y mi Dios tan fácil
y este llorar con arte y preceptiva
penas de quita y pon prefabricadas.
Que me perdonen todos este lujo,
este tremendo lujo de ir hallando
tanta belleza en tierra, mar y cielo,
tanta belleza devorada a solas,
tanta belleza cruel, tanta belleza.
MIEDO
También yo tendría miedo de los ángeles.
Son demasiado puros para mí.
Ernst Wiechert
Señor, guarda tus ángeles contigo.
Son demasiado puros para mí. Me dan miedo.
No pesan. No vacilan. Tienen cuerpos sin hambre,
sin fiebre, sin lujuria. Pies que no dejan huella.
Labios sin sed que saben tu palabra.
Sus ojos que no lloran son atroces.
En sus cándidas manos
llevan cálices, palmas, incensarios, coronas,
pavorosas espadas con el filo candente.
Me dan miedo tus ángeles. Los pienso luminosos.
Terribles de pureza. Crueles de hermosura.
Impávidos, ungidos por suavísima sangre.
Sus alas sobre todo, sus alas, ¿te das cuenta,
Señor que me soldaste los pies a esta montaña,
de cómo me dan miedo sus alas poderosas?
Y Tú, que me humillaste la frente con ceniza,
¿no ves cómo me espantan sus frentes inmortales?
Te alabo por tus ángeles, Señor, pero los temo.
Consérvalos contigo. Son tus pájaros, cantan
en tu oído el hosanna de la dicha perfecta.
Te rodean y giran decorando tu gloria.
Movilizan la brisa que perfuma tu trono.
Pero Tú solo puedes contemplarlos sin miedo.
Sólo Tú disciplinas sus magníficas huestes.
Me dan miedo tus ángeles. Si yo encontrara alguno.
Si un día, al despertarme,
lo viera intacto y fúlgido a los pies de mi cama,
yo carne castigada, llorosa podredumbre,
pecado repetido hacia la muerte,
tendría que clavarme las uñas en los ojos.
HOMBRE NACIENTE
Pido la paz y la palabra
Blas de Otero
Prepárame una cuna de madera inocente
y pon bandera blanca sobre su cabecera.
Voy a nacer. Y, desde ti, mi madre,
pido la paz y pido la palabra.
Pido una tierra sin metralla, enjuta
de llanto y sangre, limpia de cenizas,
libre de escombros. Saneada tierra
para sembrar a pulso la simiente
que tengo entre mis dedos apretada.
Pido la paz y la palabra. Pido
un aire sosegado, un cielo dulce,
un mar alegre, un mapa sin fronteras,
una argamasa de sudor caliente
sobre las cicatrices y fisuras.
Pido la paz y pido a mis hermanos
los hijos de mujer por todo el mundo
que escuchen esta voz y se apresuren.
Que se levanten al rayar el día
y vayan al más próximo abroquelo.
Laven allí sus manos y su boca,
se quiten los gusanos de las uñas,
saquen su corazón que le dé el aire,
expurguen sus cabellos de serpientes
y apaguen la codicia de sus ojos.
Después, que vengan a nacer conmigo.
Haremos entre todos cuenta nueva.
Quiero vivir. Lo exijo por derecho.
Pido la paz y entrego la esperanza.
TOCO LA TIERRA
1962
EN LA TIERRA ESCRIBO
Si, por amar la tierra, pierdo el cielo,
si no logro completa mi estatura
ni pongo el corazón a más altura
por no perder contacto con el suelo;
si no dejo a mis alas tomar vuelo
para escalar mi pozo de amargura
y olvido el resplandor de la hermosura
para vestir el luto de mi duelo,
es porque soy de tierra: en tierra escribo
y al hombre-tierra canto, que, cautivo
de su vivir-morir, se pudre y quema.
Mi reino es de este mundo. Mi poesía
toca la tierra y tierra será un día.
No importa. Cada loco con su tema.
TOCO LA TIERRA
Toco la tierra. Toco
la tierra: palpo, siento
su centro visceral; busco el origen,
el núcleo; la raíz de la cadena.
Toco la tierra. Miro: cuerpos, rostros,
frentes de piedra, corazones
como carbones encendidos.
Manos abiertas como rayos;
puños cerrados como balas;
curvas espaldas de labriegos;
torsos batidos como yunques;
brazos de roble incorruptibles;
piernas de acero verticales
apisonando los guijarros.
Toco la tierra. Ahondo: descubro los cabellos
de los adolescentes y las tiernas muchachas
que crecen a escondidas moviendo las arenas.
Toco la tierra: dientes
de niño, pies de niño,
ojos de niño desgranados.
Toco la tierra: vientres
robados de las madres que yacen entreabiertos
como vacías conchas.
Toco la tierra. Escucho: son labios, son gargantas,
son lenguas; oigo voces,
palabras, besos, gritos, antiguas contraseñas.
Toco la tierra. Espero con voluntad paciente,
el brote incontenible de lo que está escondido.
El lento levantarse
de la segura, auténtica cosecha.
NO QUIERO
No quiero
que los besos se paguen
ni la sangre se venda
ni se compre la brisa
ni se alquile el aliento.
No quiero
que el trigo se queme y el pan se escatime.
No quiero
que haya frío en las casas,
que haya miedo en las calles,
que haya rabia en los ojos.
No quiero
que en los labios se encierren mentiras,
que en las arcas se encierren millones,
que en la cárcel se encierre a los buenos.
No quiero
que el labriego trabaje sin agua,
que el marino navegue sin brújula,
que en la fábrica no haya azucenas,
que en la mina no vean la aurora,
que en la escuela no ría el maestro.
No quiero
que las madres no tengan perfumes,
que las mozas no tengan amores,
que los padres no tengan tabaco,
que a los niños les pongan los Reyes
camisetas de punto y cuadernos.
No quiero
que la tierra se parta en porciones,
que en el mar se establezcan dominios,
que en el aire se agiten banderas
que en los trajes se pongan señales.
No quiero
que mi hijo desfile,
que los hijos de madre desfilen
con fusil y con muerte en el hombro;
que jamás se disparen fusiles,
que jamás se fabriquen fusiles.
No quiero
que me manden Fulano y Mengano,
que me fisgue el vecino de enfrente,
que me pongan carteles y sellos
que decreten lo que es poesía.
No quiero amar en secreto,
llorar en secreto,
cantar en secreto.
No quiero
que me tapen la boca
cuando digo NO QUIERO...
CREO EN EL HOMBRE
Porque nací y parí con sangre y llanto;
porque de sangre y llanto soy y somos,
porque entre sangre y llanto canto y canta,
creo en el hombre.
Porque camina erguido por la tierra
llevando un cielo cruel sobre la frente
y el plomo del pecado en las rodillas,
creo en el hombre.
Porque ara y siembra sin comer el fruto
y forja el hierro con el hambre al lado
y bebe un vino que el sudor fermenta,
creo en el hombre.
Porque se ríe a diario entre los lobos
y abre ventanas para ver los pinos
y cruza el fuego y pisa los glaciares,
creo en el hombre.
Porque se arroja al agua más profunda
para extraer un náufrago, una perla,
un sueño, una verdad, un pez dorado,
creo en el hombre.
Porque sus manos torpes y mortales
saben acariciar una mejilla,
tocar el violín, mover la pluma,
coger un pajarillo sin que muera,
creo en el hombre.
Porque apoyó sus alas en el viento,
porque estampó en la luna su mensaje
porque gobierna el número y el átomo,
creo en el hombre.
Porque conserva un cajón secreto,
una ramita, un rizo, una peonza
y un corazón de dulce sus letras,
creo en el hombre.
Porque se acuesta y duerme bajo el rayo
y ama y engendra al borde de la muerte
y alza a su hijo sobre los escombros
y cada noche espera que amanezca,
creo en el hombre.
ANTOLOGÍA TOTAL
1973
ÁNGELA NUEVA
A mi sobrina Ángela, reciénnacida.
Para esta sola gota, cuánto río
de sangre circuló en antiguas venas.
Para un nuevo eslabón, cuantas cadenas
forjadas en el fuego y en el frío.
Para tu primavera cuánto estío
segó las mieses y quemó las penas.
Qué largo transcurrir de aguas y arena
porque tu nombre continuara el mío.
Mi nombre —tan celeste— y lastrado
con siete oscuros plomos de pecado
rompió y perdió sus alas, suerte a suerte.
Tómalo tú, que vienes con la aurora,
Ángela nueva, y vuela, porque ahora,
ya vale más tu vida que mi muerte.
A CARMEN CONDE, “MUJER SIN EDÉN”
Tú, Carmen Conde, sabes qué sepultados ojos
acechan horizontes del misterio celeste.
Tú sabes cómo el plomo pesa sobre la nube
y qué sucia cortina de telarañas cierra
las trémulas gargantas en profético trance.
Tú sabes que, a despecho de los lúcidos raptos,
setenta veces siete puertas sin cerradura
custodian el recinto de la Verdad. Y cantas.
Porque tú, desterrada del Jardín, sacudida
por la lluvia y el cierzo, calcinada por soles
implacables, doblada por antiguos cansancios,
con tus dos pies desnudos sobre piedras hostiles,
con tus manos ligadas por remotos decretos,
tenazmente deslindas tus caminos y buscas
aquel rayo sin sombra que brilló en el principio.
(Oh nostalgia del limpio Paraíso, del Hombre
recién hecho que hallaste respirando a tu lado
cuando flores y bestias se te daban sumisas.
Y tus hijos, tus únicos, tus auténticos hijos,
Caín y Abel doliéndote como dos llagas tórpidas
en la férvida carne.)
Tú, mujer en exilio, sumergida en mareas
seculares y amargas, no renuncias. Inquieres.
Tú, vencida, disuelta, resurrecta, juzgada,
clamas alto con grito de agudísimo vuelo
por tu amor, tu pecado, tu ignorancia y tu sino.
Porque Eva no sabía. La Serpiente sabía.
Dios sabía y callaba consintiendo. La fuerza
del Varón no detuvo ni cortó aquella mano.
Y la culpa fue nuestra. Nuestra culpa. Eso dicen.
LAS MADRES
Con esa carga dulce y tremenda del hijo
colgando de sus hombros o apretado en los brazos,
caminan, cruzan ríos, pantanos, espesuras.
Huyendo. Huyendo siempre sin saber hacia dónde.
Las vemos en refugios subterráneos,
en la profunda entraña de la selva,
por caminos desiertos
o en una casa en ruinas sin puerta ni tejado
cociendo un puñadito de arroz o dando el pecho.
Pero abrazando siempre, protegiendo incansables
el informe envoltorio donde asoma y reluce
como una perla oscura la carita del hijo.
Las vemos solas, mudas, con sus ojos abiertos,
opacos de dolor, interrogantes,
como esperando —¿qué?— dentro del caos.
Pero sus rostros tienen
un raro resplandor, cierta belleza
de signo sobrehumano donde late
una indomable voluntad de vida.
CUENTOS TONTOS PARA NIÑOS LISTOS
1979
EL PIRATA PIRATÓN
Camino de Valencia con Ana en coche.
En todo el mundo, no creo
que hubo un pirata más feo.
Le faltaban media oreja,
siete dientes y una ceja.
Estaba tuerto de un ojo;
el otro se le torcía,
y era tan cojo, tan cojo,
y era tan malo, tan malo,
que tenía... —¿Qué tenía?
¡Las cuatro patas de palo!
EL PULPO ENAMORADO
CUENTO TONTO Y SOSO DE LA MAR SALADA.
Allá en el fondo del mar
hay un pulpo enamorado
de una sirenita rubia;
pero ella no le hace caso.
Él la mira y la remira;
Ella pasa sin mirarlo.
Ella se marcha riendo;
él se queda suspirando:
—¡Ay, madre, si me quisiera,
cuántos brazos, cuántos brazos
para estrecharla y mecerla!...
(Pero ella no le hace caso).
Cuántas ávidas ventosas
para besarla despacio,
para decirle «¡te quiero!».
(pero ella no le hace caso).
Ella, por el mar azul,
coquetea retozando.
Cada vez está más linda
y es su pelo más dorado.
Él, a fuerza de llorar,
cada vez más feo y lacio.
(La mar salada y azul
es ahora un mar amargo).
Deja de llorar y deja
que se vaya por su lado
esa coquetuela tonta
que te tiene tan chiflado,
conquista a una pulpa guapa
—que las habrá por tu barrio—
y ten una colección
de pulpitos bien criados.
CANCIONES PARA TODO EL AÑO
1984
EL SOL
El sol es una gran naranja.
—Y ¿quién la exprime?
—Los labios de la aurora
cuando sonríe.
El sol es un fresón maduro.
—Y ¿quién lo come?
—Lo comen las montañas
y el horizonte.
El sol es un balón de fuego.
—Y ¿quién lo juega?
—Las nubes y los rayos
de la tormenta.
El sol es un gran ojo abierto.
—Y ¿a quién vigila?
—A todos los niños que juegan
por las esquinas.
El sol es una inmensa llama.
—Y ¿a quién calienta?
—A todo lo que vive
sobre la tierra.
EL LEÓN PRESUMIDO
Algo extraño sucede
desde que ha amanecido
—contra toda costumbre—
don León Presumido
estremece la selva
con tremendos rugidos…
¿Qué será?
Que esa noche
se celebra una fiesta
de gran rumbo y boato
—hay que ir de etiqueta—
y, por más que ha buscado,
no hay allí quién se atreva
a peinarle a su gusto
la soberbia melena.
Figuera Aymerich, Ángela (2009). Obras Completas. Madrid: Ed. Hiperión.