Se han esgrimido infinidad de argumentos ingeniosos para explicar y excusar la tiranía del hombre y demostrar que los dos sexos, en su búsqueda de la virtud, deben tender a formarse una personalidad totalmente diferente, o, más explícitamente, a las mujeres no se les concede fuerza suficiente para adquirir eso que merece recibir el nombre de virtud. Sin embargo, si se admite que tienen alma, podría pensarse que tan solo hay una forma fijada por la Providencia para conducir al género humano hacia la virtud o la felicidad.
Si es verdad que las mujeres no son un enjambre de seres frívolos y efímeros, ¿Por qué habría de mantenérselas en una ignorancia que engañosamente se llama inocencia? […] La inteligencia será siempre frágil cuando sólo está apoyada por prejuicios, la corriente desciende con fuerza destructora cuando no existen barreras para contener su fuerza. A las mujeres se les dice desde su infancia, y el ejemplo de su madre lo refrenda, que para conquistar la protección del hombre no necesitan más que un cierto conocimiento de la debilidad, en otras palabras: astucia y temperamento dócil, una “aparente” obediencia y un cuidado meticuloso en adoptar un comportamiento pueril. Y además, ser hermosas, todo lo demás sobra, al menos durante veinte años de su vida.
Wollstonecraft, Mary, (/1977). Vindicación de los derechos de la mujer. Madrid: Debate. pp. 49-50.