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Literature > Autobiographical literature > Autobiography

Socio-cultural movements

Late modern period / Contemporary period > Literary and cultural movements since the end of the 19th century > Literature since the last third of the 20th century

Work

A mí no me iba a pasar

Date of production: 2019

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Literature > Autobiographical literature > Autobiography

Socio-cultural movements

Late modern period / Contemporary period > Literary and cultural movements since the end of the 19th century > Literature since the last third of the 20th century

Works

Se muestra a continuación una selección de fragmentos.

 

 ¿Qué hacer? ¿Dimitir? ¿No dimitir?...

Cada vez que llegaba al chalé en el que estaba la sede madrileña de la editorial, antes de subir los peldaños que conducían a la puerta, me venía a la mente todo lo que estaba al otro lado. El olor a humedad, la moqueta raída, el director filiforme y desmadejado… Ah, qué ganas de darme media vuelta y salir huyendo como alma que lleva el diablo! Pero ¿para ir a dónde para hacer qué? ¿Escribir? La novela con la que llevaba cuatro años bregando era un pantano en el que estaba atrapada: no conseguía salir de él, ni convertirse en tierra firme. ¿Qué haría con el tiempo libre, si dejaba la editorial? ¿Y qué ingresos tendría? No, no podía darme la vuelta; tenía que seguir: miraba la puerta de entrada al chalé y me parecía ver escrita en ella, en neón de colores, en lentejuelas, la cifra mágica, o que me pagaban cada mes: 225.000 pesetas; y haciendo de tripas corazón, entraba. Pero seguir, sin fe y sin dignidad. Tragarme el sapo con tal de no perder el sueldo… aferrarme a lo que tenía, ciegamente, solo por miedo: “No puedes seguir trabajando en una empresa de la que lo único que te interesa es lo que te pagan, eso no tiene futuro”, me dijo mi padre, y vi que tenía razón. Además, era cuestión de dignidad. Dimití.

Y llegó agosto. Con unos planes de vacaciones que, entretanto, había cambiado.

 Madrid, noviembre de 1993. Salón de nuestro lujoso dúplex en Arturo Soria. Monsieur Kaminski, Madame Kaminski, Étienne y yo. 

Acabábamos de cenar. Un momento, dijo Étienne antes de que nos levantáramos, y fue a la cocina. Volvió con una botella de champán, exclamando:

Aux futurs grand-parents!- ¡Por los futuros abuelos! Desde que llegaran mis suegros, tras meses de no vernos, yo había estado temiendo que nos preguntaran si íbamos a tener hijos de una vez, sí o no, y si no, por qué, vamos a ver, que era lo que nos preguntaba cada vez más gente, a medida que pasaba el tiempo y por lo visto se hartaban de nuestro silencio; les debía de parecer que ya estaba bien, que nos estábamos pasando, que ya era hora de que rindiéramos cuentas. Pero no, no, cómo podía haber pensado eso de mis suegros, si mis suegros eran la discreción, el respeto, la delicadeza y el tacto en persona, y yo les estaba tan agradecida… y tan contenta de poder darles por fin la buena noticia.

¡Qué alegría se llevaron! ¡Qué lágrimas se le saltaron mientras brindábamos, a mi suegra, una mujer tan discreta pero tan emotiva!

Al día siguiente, en el desayuno, mi suegra nos dijo que, por cierto, en cuanto a eso de Asturias….

¡Qué contentos estaban ante la perspectiva de pasar una semana de vacaciones con nosotros! ¡Qué amable por nuestra parte buscar casa en ese pueblo, que sin duda era un sitio maravilloso! ¡Qué agradecidos nos estaban por habernos ocupado!

Pero que, bueno, ellos, bien mirado… ellos, por encima de todo, respetaban mucho…esto…digo…

“Es que yo me levanto muy temprano”, explicaba mi suegra con su vocecita azucarada, “y no quiero molestar a nadie!”. Qué atento, qué generoso por su parte. De modo que ellos se alojarían en otro sitio.

Mi suegro asentía complacido: él tampoco quería molestar; para no molestar se iría a pescar truchas. Se alojarían en otro sitio, sí, conveniente para la pesca de la trucha y muy cerca de donde estábamos nosotros, el Parador de la Fuente Dé, que de Ardisana estaba a unos escasos… ¿ochenta kilómetros? Bueno, tal vez cien (unas dos horas de viaje, dado el estado de las carreteras). Y ya nos veríamos, sí, sí,… ya iríamos algún día, ¿verdad?, a comer con ellos al parador… algún día…

Por Navidad, mis cuñados nos dijeron que vendrían desde Italia, sí, sí, claro, tal como habíamos quedado, pero no podrían pasar muchos días…tres o cuatro… o dos… o unas horas…

En junio, mi marido me explicó que… Bueno, que tenía mucho trabajo. Imposible cogerse dos semanas en agosto. Una semana sí, con mucho gusto pasaría con la niña y conmigo una semana, sería una semana estupenda, lo estaba deseando… pero una nada más.

Ya me lo había advertido, no podía decir que no me había avisado: “Renunciaré a todo, menos al trabajo”. Si no quería quedarme sola con la niña, que invitara a Patrick.

Una tarde de agosto, dejando a Eloísa con Patrick, hice una larga excursión yo sola, en bicicleta, por los alrededores de Ardisana.

¡Qué maravillosa parecía mi vida! ¡Qué perfecto era todo, inmejorable! El verde esmeralda de los prados, su olor bucólico… Las montañas grandiosas, el aire puro. El cascabeleo de las esquilas de las vacas, el rumor del viento entre las hojas, la temperatura era deliciosa. Las casas de piedra con balcones de madera y tejados de amplio alero, los hórreos sobre cuatro pilares… Mi cuerpo sano, libre, joven; el esfuerzo de pedalear, con los dientes apretados; el placer de hacer kilómetros, de ascender, de conseguir, y luego el cansancio tan grato después del esfuerzo. La perspectiva de llegar de vuelta a la casita alquilada, de cenar unos chorizos a la sidra, de reír con Patrick, de abrazar y bañar a mi bebé…

¿No era maravilloso?

Sí. Era maravilloso. Pero yo lloraba a lágrima viva.

Lloraba, lloraba, no podía parar de llorar, la angustia me retorcía el estómago. Porque sentía que todos me habían abandonado. La editorial, mis suegros, mis cuñados, mi marido. El mundo entero me abandonaba, yo ya no le interesaba a nadie, me hacían pagar la felicidad de tener un bebé, me decían: “¿No era eso lo que querías?, pues ya lo tienes. Vale, ya está, ahora no nos molestes, nena, quédate ahí en un rincón jugando a las muñecas, olvídanos, déjanos en paz; El mundo es nuestro”.

¿Qué iba a hacer yo? ¿Quién me querría? Ya no tenía dónde agarrarme: flotaba, no tenía un lugar, más que la casa, y la casa era un encierro… lloraba…lloraba… no tenía horarios, no tenía amarre, mis días eran inmensos, inacabables sin hitos, sin referencias, sin marco, podía entrar y salir de casa a cualquier hora, a nadie le importaba un comino, mientras estuviera con mi hija, la niña y yo estábamos atadas, atadas y solas, abandonadas…

Era mi culpa. Yo lo había destruido todo, lo había dejado perder tontamente, no lo había retenido, ¿no querías amor y ternura y bebé y biberones? Pues ahí los tienes, plaf, ahí queda eso, te está bien empleado por cursi, todo para ti, y no te olvides de los pañales.

¿Y yo quién soy? ¿Quién soy ahora? ¿Dios, decías? No me hagas reír. No eres nada, una pobrecita ama de casa, una mierda, una piltrafa, una cáscara que a nadie le importa que se pudra tras haber entregado sus semillas, entérate,  no le interesas a nadie.

¿Qué voy a hacer? ¿Cómo vivir? Pedaleaba y lloraba y pedaleaba y la belleza majestuosa del paisaje, la belleza y la dulzura de la vida, me parecían una burla, porque yo no sabía qué hacer con todo ello, conmigo, con mi vida.

Freixas, Laura (2019). A mí no me iba a pasar. Barcelona: Penguin Random House, pp. 161-165.

 

[...]

“Los niños me cansan y me aburren”, declaraba mi madre. Mi madre nos llevaba al colegio, al médico, al dentista, a inglés. Se levantaba las veces que hiciera falta, si estábamos enfermos, para ponernos el termómetro, llamar al pediatra, darnos la medicación. Nos ponía hielo y trapos empapados en vinagre sobre la espalda ardiente, cuando habíamos tomado demasiado el sol. Conocía el nombre y la historia de todos nuestros amigos. Nos escuchaba. E incluso sin escucharnos, solo con vernos, sabía cómo nos sentíamos, cómo nos iban las cosas: no como mi padre, que tenía mucho trabajo y nunca se enteraba de nada. Pero también decía que su dedicación a mí, hasta que fui al parvulario, duró “tres años y un día”. Y contaba que una vez que estaba dándole la comida, a cucharadas, a mi hermano, y mi hermano se negaba a comer, escupía, tiraba la cuchara, lo ponía todo perdido... se juró que nunca más trataría con seres irracionales. Y que si la cena nos la podía dar la chica, que nos la diera la chica, y que si nos podía bañar la chica, ¡qué bien! ¡Que nos bañara la chica!, porque a ella los niños la cansaban y la aburrían.

Pragmática, observadora, diplomática, mi madre vivía como podía, en el espacio que le dejaban. Como plastilina, como cera, como agua se colaba por los intersticios. Cuando nadie la necesitaba, cuando nadie estaba mirando, en la hierba del campo de aviación, en la tumbona de la cafetería de las pistas, en la nieve: echada en una toalla en la proa de la lancha... hacía lo que más le gustaba en el mundo, o lo único que podía hacer sin molestar a nadie: leía. Como dijo Esther Tusquets, yo de niña pensaba que los hombres viven y las mujeres leen.

Ya. Pero yo quería vivir.

Pasada la adoración de los primeros años, cuando mi madre lo era todo para mí, cuando, si llegaba a casa y ella no estaba, me iba a su armario y lo abría para aspirar su olor, para consolarme de su ausencia... Pasada la decepción y el resentimiento de los años siguientes, cuando descubrí que esa madre, que lo era todo para mí, era un cero a la izquierda para el resto el mundo, obligada, como sus amigas a apechugar con lo que fuera que decidiesen los hombres, Ahora que por fin, olvidados de común acuerdo nuestros viejos pleitos, ya no nos mirábamos una  a otra desafiantes, sino que mirábamos las dos, embargadas por la misma emoción, a la cuna... ahora por fin, en ecuanimidad en esa nueva etapa de mi vida, yo podía reconocer que mi madre había sido una buena madre.

La madre que, cuando recordaba que se ocupó de mí día y noche hasta que fui al parvulario, precisaba que su dedicación duró “tres años y un día”, era una buena madre.

La madre que se juró que nunca trataría con seres irracionales y proclamó que haría lo posible para no ser ella quien diera la cena, o bañase a sus hijos, era una buena madre.

La madre que reconocía tranquilamente: “Los niños me cansan y me aburren”, era una buena madre. Y yo sería una buena madre siguiendo sus pasos.

 De modo que hice de madre como le había visto hacer a la mía. Ocuparme de la niña y de la casa, pero no a tiempo completo. Trabajar, pero no a tiempo completo. Cumplir con mis obligaciones de madre, pero protegiendo mi propia vida, aunque fuera en un rincón. Salir, viajar, pero con precauciones, a pequeñas dosis. Vivir, pero no del todo. Con prudencia o, según como se mire, con cobardía. Y buscarme otra vida en la que pudiera vivir todo aquello que no vivía en la realidad: vivirlo a fondo, apasionadamente, pero eso sí, con discreción, sin molestar a nadie: la vida de la imaginación. Pero para eso necesitaba un apoyo, una ayuda, una salida, una segunda madre que me sustituyera a ratos. Así fue como conocí a Mercedes.

 

Freixas, Laura (2019). A mí no me iba a pasar. Barcelona: Penguin Random House, pp. 1681-183.

 

Information about the work and context of creation

La obra es una autobiografía ’con perspectiva de género’ en la que la autora catalana repasa una época centrada en el matrimonio y la maternidad, que acaban por no ser como había imaginado. A esto se suma las dificultades a las que se enfrenta para conciliar su vida personal y familiar con la laboral, ya que trabaja como editora, mientras intenta avanzar en su carrera como escritora. Ahonda en su memoria de manera crítica y reflexiona sobre el rol femenino convencional que nunca quiso llevar.

Freixas ha desarrollado una intensa labor como investigadora y promotora de la literatura escrita por mujeres. En 1996, compiló y escribió el prólogo para una antología de relatos de autoras españolas contemporáneas, Madres e hijas, y en 2000 publicó el ensayo Literatura y mujeres. En 2009 vio la luz Cuentos de amigas, así como la obra La novela femenil y sus lectrices (Premio Leonor de Guzmán). Es cofundadora en 2009 de la asociación Clásicas y Modernas, que presidió desde su creación hasta 2017, dedicada al apoyo de las políticas de género en la cultura​, que en 2016 impulsó el Día de las Escritoras.

Laura Freixas forma parte de un grupo de escritoras que desarrolla una obra influenciada por lo autobiográfico, como ya fuera el caso de Elena Fortún (con Oculto Sendero), Constancia de La Mora (con Doble esplendor) . También hay analogías con las obras de Marta Sanz, Esther Tusquets, Rosa Chacel, Carmen Martín Gaite, Virginia Woolf, Simone de Beauvoir, Anaïs Nin, Annie Ernaux y Clarice Lispector, entre otras. 

Indications

Se trabaja en la materia de Lengua Castellana y Literatura.

Podría usarse también para la materia de Historia (visión tradicional y actual de los roles de género y la maternidad, entre otros aspectos).

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